La enfermedad de Parkinson es una enfermedad neurodegenerativa progresiva con una prevalencia mundial de 6,1 millones de personas en 2016. Esta prevalencia se espera que aumente aún más en las próximas décadas.  La enfermedad de Parkinson se caracteriza por síntomas motores y no motores. Los síntomas motores incluyen temblor en reposo, rigidez, bradicinesia e inestabilidad postural y bloqueo. Cuando las personas con enfermedad de Parkinson se bloquean, repentinamente pierden la capacidad de mover los pies, a menudo a mitad de la zancada, lo que resulta en una serie de pasos entrecortados que se van acortando hasta que la persona se detiene por completo. Estos episodios son uno de los mayores contribuyentes a las caídas entre las personas que viven con la enfermedad de Parkinson (Micheli, 2006).

Los síntomas no motores se relacionan con problemas cognitivos, trastornos del sueño, problemas sensoriales y limitaciones en la realización de las actividades de la vida diaria. Se pueden utilizar terapias farmacológicas y no farmacológicas para controlar la enfermedad, aunque por el momento no existe ningún tratamiento modificador de la enfermedad. El tratamiento en la enfermedad de Parkinson es complejo debido a la aparición de síntomas motores intermitentes y el largo recorrido hasta llegar a los profesionales sanitarios especializados (Bloem et al., 2021).